América Latina: desafíos en tiempos de cambio

Beatriz Stolowicz (UAM - X), con la lucidez y capacidad que la caracteriza, ensaya rápidamente un estado de situación de América Latina hoy: los desafíos que se le presentan a la hora de profundizar los procesos de cambio político, social y económico que se están desarrollando desde hace algunos años; las perspectivas que tiene en el contexto mundial de crisis e incertidumbre sobre el sistema mundo capitalista.
Realiza una excelente síntesis de las principales características de los movimientos políticos que hoy lideran las naciones inclinadas hacia la izquierda y el centro, y advierte sobre la necesidad de mayores y más completos análisis de éstos y del contexto presente; esto es, dimensionar el tiempo histórico presente con las herramientas de la ciencia social y la teoría de la historia. Objetiva, pone sobre la mesa las dificultades inmediatas y mediatas de los procesos políticos de cambio en A.L., especialmente las que atañen a la unidad popular: el desarrollo de pueblos soberanos y con consciencia de sí y para sí, articulados en pos de objetivos amplios y no puramente exclusivos de un sector o coyuntura determinada.
El definitiva, este trabajo de B. Stolowicz, presentado en la Mesa redonda "Conflictos y perspectivas de construcción democrática en América Latina y el Caribe", es un llamado de atención: la historia no admite procesos lineales; depende de nosotros/as continuar transformando nuestro mundo.


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Foro por el Cincuenta Aniversario del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Mesa redonda: Conflictos y perspectivas de construcción democrática en América Latina y el Caribe. 11 de marzo de 2010.


Beatriz Stolowicz (UAM-X)


Cada vez es más difícil intentar hacer análisis mínimamente serios en tan pocos minutos, y más para pensar sobre perspectivas, como propone esta mesa redonda. Intentaré, aunque sea telegráficamente, compartir algunas reflexiones que hoy me estoy planteando.

En primer lugar, quiero llamar la atención sobre la dificultad que tenemos en América Latina para caracterizar el momento actual regional y para imaginar o prever tendencias posibles a mediano plazo. Tenemos un conjunto de datos importantes, hay también análisis serios sobre aspectos de nuestra realidad, pero aún no logramos integrarlos. A diferencia de otras coyunturas anteriores, ahora hay una notable heterogeneidad de procesos sociopolíticos y, según hacia cuáles se enfoca la mirada, varían las conclusiones o previsiones, y más todavía, varían los estados de ánimo. Hay una especie de dispersión analítica, que se complica más por

la aceleración de los tiempos.

Una justificación plausible es que estamos en el ojo del huracán de la crisis capitalista, y por definición las coyunturas de crisis son de alta incertidumbre. Pero las crisis son también sacudidas que abren posibilidades de incidir en sus derroteros y producir cambios. No me gusta hablar de la crisis como “oportunidad”, como no me gusta hablar de “esperanza”, porque pareciera que las agudas contradicciones del capitalismo fueran a resolverse de manera natural hacia su debilitamiento catastrófico, cuando esto depende necesariamente de que se modifiquen las relaciones de fuerza y depende de la dirección adonde se dirijan.

Las expresiones de esperanza suelen fundarse en el hecho de que la crisis actual está mostrando descarnadamente la senilidad del capitalismo como sistema histórico. Que no se trata de una crisis financiera solamente, ni sólo de los ciclos de auge y estancamiento inherentes a la acumulación. Sino que en sus múltiples dimensiones, también como crisis ambiental, energética y alimentaria, está mostrando la incompatibilidad del capitalismo con la supervivencia de la humanidad y del planeta. Agréguese que no surgen desde los centros del poder capitalista signos de que encuentren salidas hacia un nuevo patrón de acumulación que absorba sus contradicciones, a diferencia de lo ocurrido con la gran crisis de los años treinta. Es decir, hasta cierto punto hay un regocijo porque el capitalismo tiene el mayor desprestigio de su historia, impensable hace 10 años. Y porque esto facilita la resurrección de la conciencia sobre la necesidad del socialismo, da sustento a la defensa de la utopía, da fuerza moral a la búsqueda de cambio, y hace irrefutables los discursos combativos.

Sin embargo, cabe reconocer que la crisis capitalista, que a diario se denuncia que se le está haciendo pagar a los pueblos, que aumenta dramáticamente el número de desempleados, que dispara el número de pobres, no ha producido respuestas sociales masivas. Algunas están apareciendo en Europa, con algunas ocupaciones de empresas, con huelgas en Francia, en Grecia, en Turquía más recientemente. Con algunas movilizaciones estudiantiles, como las de California el pasado 4 de marzo. Pero la respuesta no guarda proporción con el impacto social de la crisis. Y en América Latina tampoco las hay en proporción a su magnitud destructiva. Tienen mayor impacto los terribles cataclismos naturales para desenmascarar el despojo perpetrado por el capital, que las respuestas a la crisis.

En parte, esto es así en la región porque varios países gobernados por la izquierda y por el centro se han defendido mejor de la crisis y atenuaron sus efectos sociales. Esto da puntos a favor de las alternativas.

Pero las acciones de resistencia, defensivas, tampoco se ven en la magnitud que podía presuponerse en países, como el nuestro, donde los pueblos están siendo masacrados económica y socialmente. En éstos, parte de la explicación está en que son gobernados por derechas autoritarias, que están usando todo el poder del Estado, militar y jurídico, para liquidar las luchas. Pero esta no es la única explicación. También ocurre porque esta dominación violenta se combina, desde hace más de dos décadas, con políticas asistenciales para extender la despolitización y conquistar consensos pasivos, y también con estrategias de cooptación política e ideológica para extender los consensos activos. Tanto así, que el descontento y la frustración se expresan castigando a esos gobiernos pero dando el voto a otros candidatos de la derecha. Como en Panamá y Costa Rica, como probablemente ocurra en Colombia, y quizás en Perú.

E incluso no es descartable que algunos de los gobiernos denominados progresistas, que exhiben mejores indicadores, por ejemplo de crecimiento económico y reducción de la pobreza extrema, no vayan a perder las elecciones frente a la derecha franca, como ya ocurrió en Chile, y hay riesgo de que pudiera ocurrir en Argentina. O que les cueste ganarle a la derecha en primera vuelta pese a los altos índices de aprobación de sus presidentes, como ocurrió en Uruguay, y habrá que ver qué sucederá en Brasil. En Chile, a decir verdad, la Concertación cumplió con los objetivos para los que se dio el golpe, tras lo cual entregó el fruto maduro a sus depositarios originales, al pinochetismo. Es imperioso estudiar más seriamente esas experiencias más allá de la retórica.

Estos son signos de tendencias no tan auspiciosas en la región. Recuérdese que Fidel Castro, quien sabe pensar en tendencias, el 12 de noviembre pasado escribió: “Sostengo el criterio de que antes de que Obama concluya su mandato habrá de seis a ocho gobiernos de derecha en América Latina que serán aliados del imperio. Pronto también el sector más derechista en Estados Unidos tratará de limitar su mandato a un período de cuatro años de gobierno. Un Nixon, un Bush o alguien parecido a Cheney serán de nuevo Presidentes. Entonces se vería con toda claridad lo que significan esas bases militares absolutamente injustificables que hoy amenazan a todos los pueblos de Suramérica con el pretexto de combatir el narcotráfico”.

Necesitamos análisis más profundos y que articulen adecuadamente la complejidad. Como no hay tiempo, yo tocaré sólo algunos aspectos. En cuanto a las respuestas populares, vemos que las mayores resistencias siguen siendo las que se oponen al despojo territorial para la expoliación de los recursos naturales. Pero esto viene desde mucho antes del estallido de la crisis. Tienen, objetivamente, un carácter antimperialista y anticapitalista aunque sean luchas defensivas, por lo general aisladas y desarticuladas, aunque sumadas dan un cuadro de resistencia extensa e intensa.

No sucede lo mismo respecto a la lucha contra la sobrexplotación del trabajo, formal e informal, regular y precario. Y cuando las hay, de la importancia de la lucha del SME, pocas veces logran apoyos sociales suficientes y más permanentes. Sabemos que la flexibilización laboral impuesta durante décadas dificulta estas luchas. Sabemos que el desempleo, que es un prerrequisito del capitalismo actual, induce a conductas conservadoras en los trabajadores para conservar el empleo aunque sea con salarios de hambre. Sabemos que más de dos décadas de búsqueda de alternativas para la sobrevivencia han borrado la noción de derechos, y esto ha sido reforzado por el asistencialismo. No en balde este ha sido uno de los ejes de las estrategias de dominación. Pero este no es aún un campo de preocupación prioritaria de la izquierda.

Tampoco hay respuestas de los sectores medios, fuertemente castigados por el neoliberalismo. Muy estratificados, un sector profesional y técnico fue convertido en instrumento directo de la ejecución del modelo, con altos ingresos; el resto vive en la precariedad laboral y la inestabilidad de ingresos y es igualmente conservador, no sólo por el temor al desempleo, sino porque es el receptáculo más efectivo de las ofensivas ideológicas dominantes, de la que son un engranaje nuestras universidades. Algunos sectores medios forman parte del mundo de las organizaciones intermedias promovidas por las estrategias dominantes, que critican la pobreza y la discriminación pero son funcionales al capitalismo. Por su parte, el mundo de la política y de los partidos, salvo las honrosas excepciones, expresa esta realidad y al mismo tiempo tiene como cometido reproducirla.

Es así que, en la época de mayor desprestigio del capitalismo, éste conserva una desproporcionada hegemonía. Pese a la incapacidad del sistema para encontrar formas de reproducción que le permitan absorber las brutales contradicciones que genera, su dominación no está en riesgo equivalente.

O para decirlo de otro modo, pese a su crisis como sistema histórico, todavía se sigue pensando desde el punto de vista del capital. Y cabe preguntarse si esto no ocurre también con varias fuerzas de izquierda y gobiernos que propugnan alternativas posneoliberales y se declaran a favor del socialismo. Porque una cosa es saber que los cambios, dadas las circunstancias actuales y las fuerzas que se tienen, sólo podrán llevarse a cabo en y desde el capitalismo, y que la vocación socialista no puede fundarse en puro voluntarismo. Y otra cosa es si ese cambio se está pensando sin lograr salirse del punto de vista del capital. Lo que terminará neutralizando el esfuerzo de cambio.

Eso parece traslucirse en las concepciones desarrollistas de izquierda en torno a un modelo primario-exportador y extractivista, que para ejecutarse tiene que garantizar seguridad jurídica y altas ganancias al capital. Que es antimperialista frente a las transnacionales norteamericanas pero no frente a las de origen latinoamericano, por ejemplo. Que tiene que mantener el asistencialismo como mecanismo de distribución, aunque con generosidad derrama los impuestos cobrados al capital primario-exportador, que es el que determina en buena medida el indicador de crecimiento económico. Con lo cual se introducen restricciones inevitables a la construcción de sujetos sociales independientes y anticapitalistas. ¿Cuánto de estas definiciones son medidas provisorias o son ya una concepción estratégica, del tipo del “capitalismo andino”? No por casualidad ha renacido el debate de los años setenta contra el estructuralismo en el marxismo y por los problemas de la filosofía de la praxis.

Incluso, los grandes desafíos geopolíticos para las fuerzas progresistas de la región, que requieren de un mayor debilitamiento de Estados Unidos, y que hoy se busca con una apuesta por la multipolaridad internacional, a mediano plazo pueden facilitar la recomposición del capital transnacional aunque no sea de origen norteamericano. Podrían absorberse efectos de la crisis financiera, podría debilitarse la hegemonía norteamericana, pero produciría otros mecanismos de recomposición del capital y de su concentración y potencia destructiva.

En estos problemas y muchos otros, que deben analizarse articuladamente y no sólo en la casuística, están contenidos elementos que condicionarán las perspectivas de construcción democrática y emancipatoria. Existen muchas camisas de fuerza para las opciones y decisiones que se tomen a corto plazo. Pero quizás algunas malas decisiones no son inevitables. Hay cambio si se transforman las circunstancias existentes, y para ello hay que construir una más potente fuerza popular: social, económica, política institucional y cultural. Y no todos los caminos conducen a ello.

Crecen las exigencias para avanzar más en la calidad de nuestros análisis. En avanzar en el análisis colectivo latinoamericano, no sólo como sumatoria. Pensar América Latina, con su desafiante heterogeneidad, integrando lo interno y lo externo, lo nacional y lo que está condicionado por su inserción como región dependiente en el sistema mundo capitalista, lo específico y lo común, pensar así no es algo que se improvisa. Ni el pensamiento crítico es sólo una postura ética. Y no cabe la menor duda de que los avances logrados en Nuestra América, y los fructíferos desafíos que asumimos, no pueden disociarse de estos cincuenta años de nuestro querido CELA. Quizás la única institución académica, fuera de Cuba, que en este medio siglo no cedió ante terremotos y vendavales, que ha sido hogar, refugio y útero fecundo de lo mejor del pensamiento latinoamericanista. Honor y gratitud al CELA en sus primeros cincuenta años.

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