LA
HISTORIA NO ES LO QUE UNO QUISIERA QUE FUESE
Es interesante mirar la historia
desde el hoy hacia el pasado como si estuviéramos en un balcón que nos da un
panorama total y general. Este balcón de la tercera centuria lleva adentro
mucho de aquello recordado y también mucho de lo olvidado. Cada época tiene su
propio balcón. Más bien podemos decir que cada época tiene muchos balcones y
que es interesante conocer desde dónde se mira la historia. Como en los teatros
cuando los reflectores nos hacen ver o nos oscurecen una parte del escenario.
Hoy tenemos un balcón privilegiado
para mirar la historia si lo usamos como si fuera un periscopio. Da vueltas en
360 grados en todas las direcciones y podemos penetrar en la historia, tiempo y
espacio.
Miremos hoy el presente de nuestra
América, aquella que tuvo un poblamiento que duró unos 30 mil años, diversos orígenes, ocupando lugares, descubriendo
regiones, viviendo con la naturaleza animal y geográfica, y haciendo historia,
creando culturas, aprendiendo a cazar, a recolectar, a sembrar a construir
edificios y sociedades, armas y artes, y sobre esa historia, un día, de
repente, los dioses cubrieron todo con una
mano de pintura como un manto de lona gruesa metiendo forzadamente lenguajes y escrituras,
regiones y trabajos, azotes y virus, y empezó desde la tierra y la sangre una
historia común que sólo distinguía entre el gracias y el obrigado. Gracias y amén eran obligación. Tres centurias de
sometimiento a esos dueños colorados y barbudos pero por debajo de ese manto de
uniformidad hombres y mujeres se movían, pataleaban, para levantar cabeza.
Las heroicas guerras de la
independencia que hicieron los pueblos originarios, los afroamericanos, los criollos, tuvieron dirigentes que vislumbraron
que salir de allí abajo abría el horizonte de unidad continental y valía la
pena intentarlo por encima de los peligros de la guerra.
Eran épocas en que estaban pegando
zarpazos las coronas reales y las democracias nuevas tratando de hacerse
festines. Pero en medio de eso nacían nuestros estados nacionales, una ola de
independencias y nuevos estados, un mundo que se agrandaba, un mercado marítimo
que inauguraba sus barcos de aquí y de allá.
Aunque al fin en vez de aquella unidad soñada, nuestros estados quedaron
divididos y muchos enfrentados, algunos grandes y otros tan pequeños como los del istmo de
centro américa.
A doscientos años de los estados nacionales
independientes, de guerras provocadas por los imperialismos de entonces, de proyectos económicos impuestos desde afuera
con el acuerdo de algunos de adentro, hoy, en cambio, el balcón de la historia nos
trae una visión de América entera, de pueblos entrelazados por causas comunes,
de pueblos que producen dirigentes que son sus propios ojos y orejas, miradas por
este periscopio de la historia que hace más difícil que nos sorprendan con
sortijas de colores. Pero todavía no está ganada la batalla.
Apenas empezamos otra vez, en los
años 60 con la estrella de cinco puntas y el hasta la victoria siempre buscando la liberación nacional y social,
pero no pudimos. Fueron años de creadores, de subversivos, de rupturas, de
golpes duros para cambiar la historia forzada de dependencia y de
subdesarrollo. Fue aplastado todo. Una capa cubrió todo de lodo negro: la
doctrina de la seguridad nacional y la expoliación a los pueblos con nuevos
mecanismos estructurales para garantizar y poder decir y convencerse de que esta
historia no podrán cambiarla jamás. Frase hueca.
Los pueblos empujaron para romper
esa capa que instituyó el consenso de Washington y la doctrina del terror.
Empezamos otra vez para remover esas democracias que se llamaban “posibles”,
achicharradas y neoliberales. Empujamos y abrimos las cortinas a las
democracias de nuevo tipo.
La democracia popular es el nuevo
fenómeno.
Los pueblos ahora conocemos un poco más de qué se trata, aunque se ocultan
los que quieren que no sepamos, que no hagamos historia, los que creen que
pueden seguir diciendo que la SIP resguarda la libertad de prensa cuando
resguarda la libertad de empresas de medios y de los más grandes grupos
financieros.
Pero no está ganada la batalla. Tampoco
perdida. Los pueblos vamos inventando historias. Haciendo historias en otros
tipos de democracias, donde saltan a la luz los bandos enfrentados. Los pueblos
empiezan a saber qué los mueve, cuáles son sus intereses. Ciento cincuenta años
desde que científicos de la historia descubrieron el choque de intereses
fundamentales de la sociedad capitalista. Primero sólo algunos lo entendieron,
luego otros, luego más y ahora sin leer los libros ya todos o casi todos saben
este asunto de los intereses en juego aunque todavía algunos no se atrevan a
usar con sencillez y naturalidad el concepto de lucha de clases.
Nuestra América está transitando
un camino hacia la unidad política. La unidad cultural ya la tiene en medio de sus multifacetas pluriculturales.
La unidad geográfica ya la tiene en medio de la variedad infinita de sus
recovecos. La unidad demográfica ya la tiene, en medio de pueblos diferentes
entre los que llegaron primero y 30000 años después. La unidad lingüística,
casi casi la tiene con la diversidad de las lenguas ibéricas.
Desde este balcón imaginario se puede
ver cómo se va tejiendo la unidad política y económica sin fantasear. La batalla todavía no está ganada, ¿o creen
que es fácil hacer la historia? Nace
por fin la forma de nuestro mapa como apropiación colectiva. Hay resistencias
para instalar el ALCA y las bases militares de los Estados Unidos, pero todavía
están adentro capitales que nos seguirán comiendo las entrañas hasta que les
pongamos las reglas del juego con poder desde nuestro balcón- mirador- telescopio; desde nuestros escritorios- fábricas; desde nuestras universidades- calles; desde nuestras tierras- cielo-soles- pueblos- hermanos.
Allí está este bicentenario, en
medio de lo nuevo por nacer y lo viejo
por morir. No es ni blanco ni negro, ni todo ni nada. Es un proceso que nos
encontró ya pasando el 2000 todavía dominados. Sin embargo si desde nuestro
balcón-periscopio, donde tenemos teoría y prácticas los usamos para observar
atentamente, descubrimos que se abren grandes
posibilidades de ser pueblos soberanos.
El proceso de la historia sigue
haciendo ruidos extraños. Uno quisiera que los tiempos sean más cortos para
estos cambios, pero no nos olvidemos que hay otros que no quieren que haya
cambio alguno. En ese choque, hay sujetos nuevos y viejos que están haciendo la
historia. ¿Estamos adentro de este curso impetuoso cada uno de nosotros?
Irma
Antognazzi
Buenos Aires,
agosto/2010
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